viernes, 16 de noviembre de 2007

Sentía el corazón acelerado, acelerado por todo, en todo momento. Menos cuando dormía, que no era que no necesitara bombear la sangre tan deprisa, sino que daba la sensación de que estaba a punto de pararsele definitivamente. Por el día todo cambiaba, y aunque ella estuviera tranquila, su corazón se aceleraba. Siempre igual. Sin motivos.
Cuando el frío hacía acto de presencia en las calles solitarias de su ciudad le gustaba caminar, al rápido ritmo de su corazón, siempre acelerado, para no resfriarse, o quizá desentrañar el sentido de ése rápido palpitar en su pecho.
En las mismas calles buscaba respuestas a sus dudas, en las miradas de los demás, en los lugares, en las escenas que presenciaba. Buscando algo. Algo que la salvara de aquella duda que atenazaba su corazón acelerado. Buscando un simple por qué.
En su cabeza resonaban canciones y letras. Poemas. Libros. Historias imposibles y sin sentido. Pero aquello no era el mundo real. Necesitaba bajar y posar sus pies en el suelo. Pegarlos al suelo con pegamento si era necesario. La vida no era un sueño ni mucho menos.
Le gustaba soñar, y olvidar su vida acelerada.
Olvidar todo y huír.
Lejos. Donde ni su corazón podría acelerarse por una vida demasiado fácil y a la vez compleja. Donde todo valiera. Donde no hubiera gente interpuesta en su camino, en sus sueños, ni en sus pensamientos.
Pero aquello tampoco era la respuesta que buscaba. Respuestas, respuestas...siempre respuestas ¿Por qué no podían existir las preguntas sin respuesta?
¿Por qué tenían que existir las preguntas?
¿Por qué su corazón se aceleraba sin razón?

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