Salió de casa muy temprano, y una fría ráfaga de viento despeinó su pelo ondulado. Con su maletín en una mano, caminaba a grandes zancadas, procurando no meter uno de sus pies -a su vez introducidos en delicados zapatatos negros de tacón- en uno de los charcos próximos a su portal. La ajetreada rutina diaria le dejaba el tiemo justo para mantener a algunas de sus amistades, pero no le dejaba tiempo para una relación sentimental, ni siquiera para enamorarse. Y sólo buscaba a su hombre para tomarlo como una señal para dejarlo todo y marcharse con él, buscarse la vida con otro trabajo, quizá en otra ciudad diferente...Pero nunca aparecía.
Eran las 8.00 de la mañana, y no tenía ni siquiera tiempo para haber desayunado.
Las llaves de su apartamento se cayeron repentinamente al suelo, pero antes de poder agacharse, un hombre, posiblemente de su edad ya le tendía su mano con las llaves enredadas entre sus dedos. Le miró, pero sólo salió de sus labios un simple 'gracias'. Sentía que de alguna forma era él a quien esperaba desde hacía tantos años ¿pero cómo decirselo?, en menos de un segundo él se despidió con un simple 'no es nada' y desapareció, dejando en su lugar un inconfundible olor. Un olor único.
No se dio la vuelta, no serviría de nada, ¿qué decirle? sólo en las películas se cumplian los deseos de las personas, pero ella tan sólo era una abogada con zapatos caros caída en un mundo realista, ¿y por qué acaso no podría ser feliz? ¿por qué no dejarlo todo? ¿por qué no perderse por el mundo?
No, no sin él.
Sólo con mirarle a los ojos, supo que le gustaban las tardes de otoño, supo que no se despegaba de las interpretaciones de Mozart, que adoraba las películas mudas, y que no tenía otra familia a parte de su única hermana. No, esa vez no eran sus imaginaciones, pero él ya se había ido. Y ella sin apenas darse cuenta ya estaba sentada en su despacho, con un formulario y un contrato de separación de un matrimonio, éso era lo peor de su trabajo: los divorcios, vivía cada uno de ellos como si fuera suyo, pero en realidad no lo eran. Era una sucesión de contratos, malas palabras, y miles de euros.
-¿Cómo he llegado a esto? -se preguntó en voz alta.
Salió de su despacho, buscando en su gran ciudad al hombre que había visto esa mañana, para corroborar que él era realmente su destino.
Se sentó en una parada de bus cualquiera, y llegó el número 1, no se subió. Pero cuando se fijó en las personas que iban en él sólo pudo ver una.
Un hombre con un maletín idéntico al suyo, tenía una mano pegada en el cristal, con los dedos extendidos. Era él. Y su apenado rostro sólo dibujaba una palabra en su mente "Adiós"
Ella hizo lo mismo, extendió la mano, y le miró, siguió el bus con la mirada hasta que se perdió en el horizonte.
-Adiós -y una lágrima corrió por su rostro.
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3 comentarios:
madre mia cuanto has escrito en tan poco tiempo! asi no me dejas acabar con mi lista de cosas por hacer e? bueno leerte es algo q me gusta así q voy a tomármelo con calma, y cuando acabe con todo te dejo aqui otra firmita vale? besos!!
Bueno no es que este relato esté demasiado bien, lo importante es la idea, está relatado pésimamente para ser sincera jajaja pero vuelvo a recalcar que lo importante era la idea...
¡Por fin puedo comentarte! A mí, al contrario que a ti, me ha parecido un muy buen relato. Con un argumento con el que me he sentido muy identificado, la verdad. A veces el ser cobardes nos priva de tantas cosas... Un beso.
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